La temporada de huracanes en el Atlántico comenzó oficialmente el 1 de junio y se extenderá hasta el 30 de noviembre de 2025. Según los pronósticos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), se espera una temporada más activa de lo normal, con entre 13 y 19 tormentas con nombre, de las cuales 6 a 10 podrían convertirse en huracanes, y entre 3 y 5 alcanzarían la categoría de huracanes mayores (categoría 3 o superior).
Los estudiosos del clima han identificado varios factores que podrían influir en la actividad ciclónica y otros peligros costales, entre los podemos mencionar: un aumento en las altas temperaturas oceánicas, la presencia de una fase neutral del fenómeno de El Niño, y la posible llegada de La Niña, el enorme arribo de sargazo–un grupo de algas pardas que a menudo forman mantos en el océano– a nuestras costas, así como la llega de una gran nube de polvo de Sahara, sin olvidar el impacto de las olas de calor.
Ante todo este panorama, se añade un debilitamiento de los sistemas de monitoreo de NOAA causado por las Órdenes Ejecutivas firmadas por el Presidente estadounidense, Donald Trump que han eliminado parte del personal tanto de esta agencia como de FEMA, la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, por lo que es fundamental que los estados del sur de los EE. UU., así como las islas y los estados insulares activen su preparación comunitaria y cooperación regional.
En el caso de La Niña y el estado “neutral” de estos patrones, tienden a disminuir la presencia de los vientos cortantes que provienen desde el Pacífico hacia el Atlántico, lo que permite un fortalecimiento de los fenómenos que se forman en el Atlántico. A esto hay que añadirle la presencia de un monzón más activo en África Occidental, lo que genera más perturbaciones que potencian huracanes
Una medida llamada índice de Energía Ciclónica Acumulada (ACE, por sus siglas en inglés) ayuda a los científicos a entender la fuerza total y la duración de los disturbios tropicales durante la temporada de huracanes en el Atlántico, que se extiende por varios meses. El más reciente reporte de NOAA pronostica que el índice de ACE tiene una probabilidad del 70 % de que el rango para la temporada de huracanes de 2025 se encuentre entre el 95 % y el 180 %. Según las clasificaciones para este índice, un valor entre el 75,4 % y el 130 % para el período 1951-2020 indica una temporada casi normal, lo que superaría el promedio histórico de 123. Este aumento se debe a factores como el calentamiento de los océanos y una cizalladura (vientos cortantes) del viento más débil, lo que favorece la formación de tormentas más intensas.
La invasión de sargazo es otro factor que afecta la región del Caribe. En abril de 2025, los satélites detectaron una acumulación récord. Se observó un aumento en casi todas las regiones, excepto en el Atlántico oriental. En el Golfo de México y el Caribe occidental, los niveles superaron los años anteriores. Sin embargo, en el Caribe oriental y el Atlántico occidental se registraron cantidades sorprendentemente altas, superando en un 200 % los récords históricos de abril desde el 2011, cuando se inició la aparición de forma alarmante el arribo de estas macroalgas.
En total, la cantidad acumulada fue un 150% mayor que el récord anterior para ese mes y un 40 % más alta que el máximo histórico de junio de 2022, convirtiendo al 2025 en el año con más sargazo registrado hasta la fecha. La cantidad total estimada por el Optical Oceanography Laboratory es de 31 millones de toneladas, impactando las costas de México, Florida, la República Dominicana y otras islas del Caribe.
La descomposición de estas macroalgas puede liberar gases nocivos y alterar la calidad del agua, con la presencia de metales pesados, afectando la pesca, el turismo y la biodiversidad marina. Además, su presencia en grandes cantidades en alta mar puede influir en la temperatura superficial del océano, aunque su relación con la formación de huracanes aún está bajo estudio.
Además, debemos considerar otro fenómeno clave: la llegada del polvo del Sahara. Esta masa de aire seco se origina en el desierto del Sahara y se desplaza hacia el oeste sobre el océano Atlántico. Puede inhibir el desarrollo de tormentas tropicales al suprimir el desarrollo de grandes nubosidades. Sin embargo, también puede tener un efecto fertilizante al aportar nutrientes como hierro, que estimulan el crecimiento del fitoplancton y posiblemente el aumento del sargazo.
La combinación de todos estos fenómenos en una misma temporada da lugar a que consideremos la temporada ciclónica como muy activa. La proliferación de sargazo y la llegada del polvo sahariano, así como un aumento en las olas de calor plantean múltiples desafíos para las comunidades caribeñas. Más allá de los riesgos directos generados por las tormentas, los efectos ecológicos y socioeconómicos asociados a estos fenómenos pueden impactar sectores clave como, la industria pesquera, la salud pública, el turismo, la pesca y la seguridad alimentaria.